Bienvenida

Bienvenidos a este mi primer blog, notas para nada, en el que únicamente tengo la intención de compartir una carpeta que encontré en el contenedor de papel para reciclar, y decia así -- notas para nada-- escrito con letra firme y subrayado notas para nada, contiene cartas, poemas, cuentos y relatos cortos fechados algunos hace más de treinta y cuatro años. Hay servilletas de bar con poemas, folios medio rotos, posavasos con anotaciones, hojas de cuaderno con relatos cortos, todo un descubrimiento. No sé si esto es legal ya que no soy la propietaria de estos escritos pero después de leerlos creo que todas las emociones y sentimientos volcados en estos papeles, no merecen ser destruidos.

domingo, 20 de enero de 2013

Esto es...un cuento chino.

Esto es,...un cuento chino.

Tai-chi, joven inquieto de Shangai era hijo, -es hijo porque aún vive- de un viejo comerciante que ejercía su noble actividad en la esquina de las calles Dragón Rojo y Río Azul.
Tai-Chi aprendió el oficio de su padre que le inculcaba los trucos y triquiñuelas propias de un mercader avezado como él. Tai-Piao, (ese es el nombre del padre) comerciaba con esponjas marinas y rojos corales que arrancaba a las entrañas del mar en las noches de luna llena. Después, cada mañana, con los ojos hinchados de agua y su enjuto cuerpo arañado por los arrecifes, abría su tienda. Los viejos vecinos del barrio servían de guias a entusiastas compradores que llegados del otro confín de la China, buscaban afanosos la esponja marina y el rojo coral de Tai-Piao.
Tai-Chi, crecía discreto en un tibio rincón de la tienda, y escuchaba atento las historias de sabios clientes llegados de las montañas sagradas y lejanos lugares que nunca llego a conocer. Tai-Chi aprendía.
Una noche, de luna llena, padre e hijo bucearon buscando los secretos del mar, perpetuando la vieja costumbre de hacer el relevo generacional cundo el hijo cumplía quince años. Según la tradición, Tai-Chi debería abrir aquella mañana la tienda, engalanarse con sus mejores túnicas y obsequiar a los clientes con un dulce pastel hecho de miel y arroz. Pero, Tai-Piao, no le dejó. Recordó con dolor sus quince años, el día que su padre le cedió el duro cuchillo de mango de plata, como simbolo de testigo en el relevo. Y recordó, que al día siguiente su padre murió. Y no quiso dejar que Tai-Chi abriera la tienda aquel dia, ni mañana, ni nunca.
Hoy, en la esquina de las calles Dragón Rojo y Río Azul, los turistas hacen un alto en su ajetreo por la cuidad, tomando perritos calientes y Hamburguesas, bajo un llamativo toldo con el rótulo: TAI-CHI BURGUER.

Nicolás

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