Bienvenida

Bienvenidos a este mi primer blog, notas para nada, en el que únicamente tengo la intención de compartir una carpeta que encontré en el contenedor de papel para reciclar, y decia así -- notas para nada-- escrito con letra firme y subrayado notas para nada, contiene cartas, poemas, cuentos y relatos cortos fechados algunos hace más de treinta y cuatro años. Hay servilletas de bar con poemas, folios medio rotos, posavasos con anotaciones, hojas de cuaderno con relatos cortos, todo un descubrimiento. No sé si esto es legal ya que no soy la propietaria de estos escritos pero después de leerlos creo que todas las emociones y sentimientos volcados en estos papeles, no merecen ser destruidos.

lunes, 4 de junio de 2012

Aquella tienda de mi infancia

Con este relato que trascribo a continuación he descubierto que el autor de prosa debió nacer en la década de los 50 y que debió de vivir su niñez en alguna localidad con no muchos habitantes.



AQUELLA TIENDA DE MI INFANCIA…

Esta noche he soñado mucho. Más que de costumbre. La verdad es que soy persona de pocas horas de sueño, pero intensas. Al despertar casi nunca recuerdo lo que he soñado, y no lo recuerdo porque es difícil hacerlo ya que son siempre historias inacabadas, confusión de personas y diálogos en off. Tampoco me paro nunca a analizarlos, y si lo hago, más que buscar interpretaciones freudianas o sacar conclusiones premonitorias, es por mirarme con cínica sonrisa ante el espejo semi fiel que es el subconsciente, o por recordar con sorpresa a la gente que ya habían caído para mí en el saco del olvido. Uno de estos últimos casos es el de hoy.

Entre los olvidados en mi mundo onírico nocturno ha estado Paco. Paco “el Águila“. Su padre tenía una tienda de comestibles a unos treinta metros de donde vivían mis padres, vivíamos entonces en una pequeña ciudad de provincias y era el comienzo de los años 60, esa fastuosa década en la que este país se convirtió en la “séptima potencia mundial” y todas esas cosas de las que tan ajenos estábamos los que aún no habíamos hecho la “Primera Comunión”.

Pues bien, yo envidiaba a Paco. Era algunos años mayor que yo. Cuando no teníamos colegio ayudaba a su padre a despachar y yo me pasaba horas y horas ensimismado en una esquina del mostrador, contemplando cómo pesaban los garbanzos en la báscula, como llenaban las botellas de aceite a través de aquél embudo metálico o cómo se rompía la armonía de una lata de sardinas recién abierta, al detallarlas. El padre de Paco, que también se llamaba Paco, - el Señó Paco, según sus clientes- era algo sordo, suplía la dureza de su oído con una memoria de caballo sobre los gustos de sus clientes, de manera que más que oír, intuía lo que le solicitaba quién se hallaba al otro lado del mostrador, y en aras de la verdad en varios años que le vi despachar, rara vez se equivocó. Tenía además el Señó Paco una cierta destreza para los juegos de manos y solía hacer alguna demostración cuando veía la tienda llena y al público nervioso. De esta forma rompía la incompresible prisa de aquellas amas de casa que luego charlaban durante horas entre portal y portal sobre la boda de Fabiola o el descoque de Sara Montiel en su última película.

Me gustaba aquella tienda. Me gustaba la relación tendero-vecinas, dónde la tienda era un poco el Centro Social del barrio, dónde la gente se enteraba de que Juanito estaba con anginas o que Marisa se casa el próximo sábado. Y me gustaba el aire cariñoso y a la vez profesional que daba el Señó Paco a su negocio, dónde las señoras cuando compraban, al menos sonreían.











3 comentarios:

  1. Muy bueno el relato, entrañable.
    ¿ De quien es la fotografía?

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  2. La fotografía es de la boda de Balduino de Bélgica y Fabiola, se me ocurrió colgarla por que en el relato hacen mención al enlace.

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  3. Muy bueno, he visto claramente la tienda, es facil imaginarlos a todos

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