Tengo
dudas, he intentado ordenar todo el material de la carpeta porque cuando la encontré
estaban todas las hojas revueltas ,-los poemas, las cartas, los relatos incluso
creo no haber mencionado la existencia de algunos dibujos infantiles- he
separado los escritos por caligrafías y en los de Nicolás la letra se degrada
según avanza hasta hacerse prácticamente ilegible, cada uno de sus relatos
tiene una trama diferente, sabe crear la atmósfera idónea en cada momento,
escribe las historias rápidamente y con fluidez, no tacha ni corrige y sospecho
que la velocidad de su inventiva es bastante superior a la de su escritura.
En lo que preveo pueden ser apuntes de una
posible novela narra historias de un mismo personaje "Gustavo".
Gustavo.
Una mañana, Gustavo, sintió que se moría, apenas
nada le dolía, y sin embargo sabía de su fin próximo, pensó en su amada Leticia
y halló la clave. Su Leticia del alma le había abandonado, no acertaba a
comprender por qué, no podía explicarse nada, su Leticia del alma, su único
amor, su gran amor, la única mujer que le había vuelto loco hasta límites
insospechados, aquella mujer adorable con quien soñaba cada segundo, se había
ido. No pudo soportarlo, se levantó estrepitosamente de su viejo camastro,
golpeó su cabeza contra la pared, arañó su rostro, rompió un cenicero de
alabastro con los dientes y después lo deglutió trozo a trozo, se puso
amarillo, como los ojos de los neoyorquinos que tan acostumbrado estaba a ver,
gritó, lloró, se roció con gasolina, se prendió fuego, paso 15 días al borde de
la muerte con quemaduras gravísimas, se recuperó, y no podía olvidar a su amada
Leticia, a su amor, a su niñita, y lloró en largas noches, consumió todo el
alcohol de su bodega, bebía el vinagre, la lejía, se emborrachaba aspirando el
aroma de la goma arábiga. No podía más. Aquello era una locura, era delirio.
Sí, sí, le habían matado a su dios, al único dios en que creía, y ahora le
dejaba abandonado a su suerte.
Llevaba treinta y siete días sin dormir. Un día,
por fin, reaccionó.
¡ A la mierda Leticia y su rollo! Gritó, lo publicó en
toda la prensa, empapeló toda la ciudad de N.Y con gigantescos carteles con esa
inscripción:
A LA MIERDA LETICIA Y SU ROLLO
Prendió fuego a su caserón, construyó la más
majestuosa mansión que pueda concebir el hombre, contrato a los mejores
arquitectos, decoradores, escultores y pintores. Trajo mármol de Carrara,
compró todas las reservas de oro, se afeitó su barba, cortó sus cabellos, y se
rodeó de las mujeres más bellas del mundo, hizo el amor cada día con diez
diferentes, contrató a los mejores economistas, monopolizó el mercado nacional
de todas las grandes industrias, hizo quebrar a los cinco bancos más potentes,
y la bolsa sufrió un bajón que aún ahora treinta años después, no se ha
recuperado.
Gustavo vivió largo tiempo de crápula y orgía, su
casa fue el centro de las más estupendas bacanales, y sin embargo Gustavo no era
feliz.
A la mierda la felicidad. ¿Qué es la felicidad?
No lo sé, y no quiero saberlo, se respondía.
Nada vale la pena, mejor, nadie vale la pena.
Gustavo recordó sus años de amor dedicados a
Leticia, su entrega era total, su lucha por ella, y la muy puta, desaparece. Lo
que nunca sabría Gustavo sería la otra cara de la moneda, nunca sabría de los
dolores y la agonía de Leticia, de su amada Leticia, nunca sabría que ella le
adoraba, que no podía vivir sin él, que él era su dios, que no podía bajarlo
del pedestal, que ella no podía vivir con un hombre que no era humano sino
divino, que un día ella le había sido infiel por ponerse a su altura, porque quería
hacer el amor con un hombre, y no con un dios.
Gustavo nunca supo nada más de ella, de su
infelicidad, de su vida mediocre y ordinaria, de sus largas noches pensando en él.
Gustavo nunca supo más de Leticia. Quedó en su memoria como algo oscuro, a
veces un recuerdo agradable y otras aborrecible. Leticia se perdió en el fango
de las noches turbulentas de Gustavo.
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